domingo, 21 de junio de 2009

Entre pecadores
por Apuntes Pastorales
Debemos trabajar sin descanso para que cada uno tenga la misma pasión y vocación de servicio que Cristo formó en los primeros discípulos. Cuando la Iglesia completa se ponga en pie, ¡se habrá despertado un verdadero gigante!

Jesús amó a los pecadores

No hay forma de que podamos escapar de esta realidad: Él pasó mucho tiempo en compañía de pecadores. En una escena, seguramente representativa de otras tantas, lo observamos sentado a la mesa, rodeado de recaudadores de impuestos y pecadores (Mt 9). Los fariseos se escandalizaron por la aparente frivolidad de esta costumbre, y lo descalificaron como «un hombre glotón y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores» (Mt 11.19). No obstante, él insistió que no había venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, porque «los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos» (2.17). Los pecadores representaban la esencia de su misión.

Su firmeza en este punto nos incomoda un poco en el contexto de la Iglesia que conocemos hoy, porque la maldad que vemos en el mundo nos ha llevado a refugiarnos en nuestras reuniones y relacionarnos solamente con aquellos que tienen los mismos valores que nosotros. Frente a las manifestaciones más groseras de pecados sentimos desesperación, como si fuera razonable esperar que un mundo en tinieblas fuera mejor de lo que realmente es. Nuestra desilusión nos aparta de aquellos que pretendemos socorrer. Cuando solamente esperemos del pecador una conducta pecaminosa, sus acciones no despertarán en nosotros rechazo. Sospecho que Jesús vivía rodeado de pecadores porque ellos sabían que él, sin avalar el estilo de vida que llevaban, no los condenaba como personas porque solamente se conducían tanto como su naturaleza se los permitía.

Jesús se movió entre los pecadores

Jesús llevaba a cabo su vida y ministerio en los lugares donde estaba la gente. No encontramos una sola instancia en los evangelios en que los discípulos salieran a invitar a personas a una reunión con Cristo. Más bien él se encontraba con multitudes de necesitados a medida que transitaba por los mismos caminos y frecuentaba las mismas reuniones que ellos. La calle proveía el marco ideal para que el evangelio llegara a quienes nunca asistirían a una sinagoga o se sentían excluidos del severo sistema religioso de los fariseos.

Hoy, 90% de las actividades de la Iglesia tienen como objetivo la atención de los justos, no de los enfermos. Ocasionalmente invitamos a los pecadores a que se acerquen a nosotros para que puedan disfrutar de alguna bendición espiritual. La mayoría, sin embargo, no participará nunca en una reunión evangélica. Nosotros deberemos ir a los lugares donde ellos están. De hecho, todos los días estamos en los mismos lugares, pero nuestra tendencia a creer que solamente en las «reuniones eclesiásticas» se desarrollan actividades espirituales nos ha llevado a descartar las mejores oportunidades para ministrarlos. Necesitamos que el Señor vuelva a abrir nuestros ojos a la vida que transcurre a nuestro alrededor para que, en el momento oportuno, podamos realizar nuestro aporte, en el nombre de Jesús.

Jesús no excluyó a nadie

¡La lista de la clase de personas que se acercaron a Cristo es extraordinaria! En ella encontramos a un jefe de recaudación de impuestos muy odiado por el pueblo, a una mujer que ya iba por su sexto marido, a un desagradable leproso, a una mujer de mala vida, a un representante del enemigo y hasta a una cananea que, sin modales algunos, lo siguió a gritos hasta que consiguió lo que le pedía. Los improbables beneficiarios de la bondad de Dios, en las parábolas que contaba, son personas tales como un despreciable samaritano, unos holgazanes que trabajaron apenas una hora junto a otros que habían sudado el día entero, o un hijo que malgastó la fortuna que su padre, con tanto sacrificio, había juntado a lo largo de toda una vida de trabajo.

No cabe duda de que cierta clase de persona hoy en día, como los homosexuales, las prostitutas, los enfermos de SIDA o los transexuales, representan los estilos de vida más alejados de la realidad que atesoran los que son de la casa de Dios. No obstante, ellos también son bienvenidos en la familia del Señor. Nunca lo sabrán, sin embargo, hasta que nosotros se lo mostremos. Lejos de pasar «al otro lado de la calle» cuando se cruzan en nuestro camino, el Señor nos llama a extenderles la misericordia y compasión que nunca han recibido de nadie.

Jesús estuvo dispuesto a que lo usaran

Pedro, testificando de Cristo a Cornelio, afirmó que «Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, el cual anduvo haciendo bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con El» (Hch 10.38 LBLA). La frase «hacer bien» capta la esencia del corazón del Padre el cual, según Lucas, «es bondadoso para con los ingratos y perversos» (6.35). Los diez leprosos resumen lo que fue la experiencia de Jesús a la largo de tres años de ministerio: solamente uno de ellos respondió adecuadamente al regalo que había recibido del Señor. Muchos le seguían solamente por el beneficio que podían obtener. No obstante esto, Jesús ministró con la misma generosidad y bondad a cada uno de ellos, sin poner condiciones para la recepción de estos regalos.

Nuestras incursiones entre los perdidos muchas veces duran solamente el tiempo necesario para establecer si se van a «convertir» o van a comenzar a «asistir» a nuestras reuniones. No debe sorprendernos su falta de respuesta, pues ellos perciben que tenemos intereses escondidos. La vocación de ser sal y luz en la tierra implica el deseo de hacer bien a todos según uno pueda, sin importar la respuesta que nuestros esfuerzos reciban. Podemos ser generosos con otros, porque, en nuestras propias vidas, hemos recibido los beneficios de la misma bondad inmerecida.

Jesús impulsó a los discípulos hacia un compromiso con otros

Cuando los Doce lo animaron a que despidiera a la multitud para que fuera en busca de su propio alimento Jesús los exhortó: «denles ustedes de comer» (Mt 14.16). A pesar de que aún quedaba mucho camino por recorrer en el proceso de formación de ellos, reunió primero a los Doce y luego a los setenta y los animó a hacer por otros lo mismo que él estaba haciendo: los envió a proclamar la llegada del reino, a expulsar demonios y a sanar enfermos (Mt 9 y 10). Poco antes de partir se presentó entre los discípulos, ya resucitado, y les declaró: «como el Padre me ha enviado, así también yo los envío» (Jn 20.21). En todo, Jesús buscó la forma de combatir la tendencia natural en los hombres a pensar siempre en sus propias necesidades.

El concepto de que los pastores y líderes son los que tienen un «llamado» al ministerio está tan fuertemente arraigado entre nosotros hoy que la congregación de los santos se ha vuelto pasiva, espectadora del trabajo de unos pocos. La responsabilidad de ministrar en un mundo necesitado, sin embargo, ha sido entregada a todos aquellos que son parte de un «reino de sacerdotes» (1Pe 2.9–10). Debemos trabajar sin descanso para que cada uno tenga la misma pasión y vocación de servicio que Cristo formó en los primeros discípulos. Cuando la Iglesia completa se ponga en pie, ¡se habrá despertado un verdadero gigante!

Apuntes Pastorales, Volumen XXIV – Número 1. Todos los derechos reservados.


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