domingo, 21 de junio de 2009


«Usa bien la palabra de verdad»
por Jose Aldazabal
Esta es una serie de pensamientos, consejos y consideraciones para los predicadores. En cierto aspecto se presentan de manera jocosa.

1. El mensaje
El que habla en público está expuesto a la contradicción. A veces los que contradicen son los oyentes. A veces, el Espíritu Santo. Muchos sermones dejan la impresión de que sí valía la pena haberlos dicho. Si al mensaje no se le pide lo que no puede dar, es más fácil aceptarlo. Ciertos mensajes tratan de enseñar temas o aspectos que el pasaje no enseña. Es más fácil criticar un sermón que hacer un buen sermón.

2. La preparación del mensaje
Si el predicador no toma en serio el mensaje, los oyentes suelen hacer lo mismo. Muchos predicadores, mientras meditan y se preparan, piensan más en su sermón que en sus oyentes. En ocasiones piensan demasiado en cómo predicar, como consecuencia los oyentes son olvidados. Los predicadores suelen estar a la caza de nuevas ayudas o estrategias. Pero pocos acuden a escuchar a sus colegas. Y si van, es para ver lo mal que lo hacen. El que posee dos carreras y dos títulos, no necesariamente está por eso doblemente preparado. No siempre lo último es lo mejor. A veces lo penúltimo es lo más válido. Pero el que por su seguridad siempre dice lo mismo, corre el peligro de alimentar a sus oyentes con papilla (comida para bebés). Si el predicador no sabe qué quiere y cómo lo puede conseguir, no llegará muy lejos.

3. Actitudes de los oyentes
No todo lo que le gusta al predicador gusta también a los oyentes. Los que prefieren sermones «edificantes», quedan muy satisfechos cuando escuchan uno que lo es. Pero si resulta un sermón «progresista», se reafirman en su opinión anterior. Los que prefieren sermones «progresistas», quedan muy satisfechos cuando escuchan uno que lo es. Pero si resulta un sermón «edificante», no por eso cambian su opinión: se reafirman en su gusto anterior. El que quiere permanecer como es, quiere que también la teología y el mensaje permanezcan como son. Así puede estar más seguro.

4. El mensaje y el texto bíblico
Hay sermones en que el texto bíblico se esconde detrás de la explicación y no hay dónde adivinar qué texto es. La elección del texto suele depender del tema que el predicador quiere explicar. Y el texto no suele influir gran cosa en el mensaje. El que tiene interés en hablar de un tema, medita tanto que al final el texto se adapta al tema. El mejor texto no logra impedir que se digan de él barbaridades. Sobre el mismo texto se oyen sermones tan diferentes, que parece que son textos distintos.
A veces se empieza soñando con las fuentes del Jordán y al final se va a parar al Mar Muerto.
El texto bíblico sirve para todo. El mejor modo de leer un texto es ponerse en la parte de los oyentes.

Algunos predican en dirección contraria al texto elegido. El que predica contra un texto suele tener en la cabeza otro texto. Sería mejor que comentara éste otro. El que no toma en serio el texto bíblico, tampoco toma en serio a sus oyentes. A veces la Biblia habla mucho más claro que los predicadores que quieren explicarla. Lo que el texto quiere decir y lo que el predicador quiere decir no siempre coinciden. La exégesis vale para todo. Se puede meter en el texto lo que luego se quiere sacar de él.
Dijo el predicador: «lo que yo digo no vale nada; lo que les dice el evangelio lo es todo»; pero si eso lo afirman sus oyentes, no le hace ninguna gracia.

5. El modo de predicar
No es bueno que la única fuerte del sermón esté en el micrófono. No por mucho gritar se convence más al auditorio. Demóstenes ejercitaba su oratoria en la playa. Los cantores ejercitan su voz ante el espejo. Algunos predicadores lo único que ejercitan es la paciencia de los oyentes. El peligro mayor de los predicadores es la melancolía. La homilética debería admitir a su lado a la antihomilética. La crítica contra la homilética ha producido muchas teorías, pero no mejor predicación. Ya Lucas habló de las dos al hablar de las dos hermanas de Betania: el que predica, a pesar de todo, es como María; el que se afana por teorías y críticas, es como Marta; y María escogió la mejor parte. Las frases ingeniosas gustan mucho. Pero cansan pronto. Si hay mucho ingenio, brilla más el predicador que el evangelio.
También sin palabras difíciles se puede decir algo.
No por mucha «aplicación» al pasaje en cuestión, logra uno hacerse entender mejor.
Exhortar al público en el sermón, es un género muy antiguo en la historia. Ya Juan el Bautista lo hizo. Los fariseos le escuchaban con gusto, cuando reprochaba al pueblo. El pueblo, cuando exhortaba a los fariseos. Hasta Herodes lo escuchaba con gusto. Sólo Herodías no encontraba satisfacción en esta clase de sermones.
La ironía es mala compañera de la predicación. Sólo vale cuando se hace con amor y cuando la ironía es irónica.
Si se tarda mucho en la introducción del sermón, se cansan los oyentes antes de llegar a la sustancia. Al éxito de un buen sermón viene de acabarlo a tiempo.
Cuando el sermón es demasiado largo, lo único que consigue es aumentar el aburrimiento.

Resumen en español de Homiletische Akupunktur, (Gotinga, 1976, 191 págs.). Por W. Jetter. Citado en «El Arte de la Homilía», Dossiers Cpl 3, Centro de Pastoral Litúrgico de Barcelona, Rivaneyra, 6,7,2. Editado por José Aldazábal. Se usa con permiso.


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