miércoles, 8 de abril de 2009

A los pies de la Cruz luisa_leivaPor Luisa Leyva


A los pies de la Cruz luisa_leiva

Por Luisa Leyva

Nuestros hijos son los maestros más grandes que una madre pueda tener. Esta semana mi hija María Alejandra, de cinco años, estaba haciendo una pataleta cuando su hermanito Samuel, de tres, le dijo: Alejandrita cállate o te llevo a la cruz y te coloco la corona de espinas para que te salga sangre. Cuando lo escuché comencé a reírme a carcajadas; pero luego me preocupe. Qué concepto tiene mi hijo de la cruz y qué pensarán en el jardín si lo escuchan hacer esos comentarios. Mínimo dirán: -Esa mamá tortura a sus hijos con la cruz-. ¡Quiero decirles y ojalá las profesoras lean esto que eso no es cierto!. Y aprovecho la oportunidad de decirles a todas cómo la cruz significa más que castigo y muerte. Significa vida. La cruz es la victoria sobre la muerte.

Mateo27 nos describe claramente lo que sucedió en la cruz. Jesús en medio de dos ladrones, rodeado por sus verdugos y burlado por sus enemigos. A lo lejos, muchas mujeres miran a Jesús. Mujeres que le habían servido: María Magdalena, María la madre de Jacobo y la madre de los hijos de Zebedeo. Amiga, hoy es un buen día para acercarte a la cruz, para no seguir como una espectadora más de su sacrificio. En la cruz se encuentra la prueba más grande de fidelidad. Jesús pudo experimentar allí la traición de sus amigos para que tú pudieras recibir su amor.

En la cruz se pagó el precio de nuestra libertad. Fuimos redimidos, la sangre que brotó de su costado trae perdón, libertad y sanidad. En ella también quedó la ruina, la sangre que brotó de su cabeza por la corona de espinas es el precio de nuestra prosperidad. La cruz nos da identidad, a través de ella llegamos a Cristo y nos hacemos hijas de Dios.

Sus manos que fueron traspasadas y esa sangre reactiva nuestros dones y talentos. Nuestro llamado. Es tiempo de salir de la auto-compasión y entender cómo en Él podemos ser útiles y encontrar nuestro propósito.

Como ves hay un mundo por descubrir a través de su sacrificio en la cruz. El ya fue torturado, el ya derramó su sangre. Tomó nuestro lugar. En algo estoy de acuerdo con mi hijo Samuel, hay que ir a la cruz, no para que nos salga sangre; sino para que tomemos de su sangre y obtengamos libertad. Para que en ella dejemos nuestras pataletas, nuestro pecado y podamos levantarnos a una nueva vida en Cristo.

No seas más como las mujeres que miraron de lejos la cruz. Es tiempo de acercarnos, de rendirnos y levantarnos con ese nuevo brillo de la redención.

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