jueves, 16 de julio de 2009

Con Abram Salimos Todos

por Desarrollo Crisitiano
Categorias: Liderazgo y Pastoral,

Babel es más que una torre. Es la manifestación visible de un espíritu que opera, en forma sutil, en el corazón de cada uno de nosotros. Abraham nos comparte algunas pistas acerca del camino que debemos recorrer para no quedar atrapados en Babel.

En la Carta a los Hebreos se afirma que cuando Abraham pagó los diezmos a Melquisedec, Leví, que era su bisnieto, también los pagó, porque «estaba en los lomos de su padre». No sería una exageración inferir, entonces, que cuando Abraham salió de Ur de los caldeos, todos salimos con él. Una decisión que nos afecta a todos, por ser hijos de Abraham y pueblo en tránsito.

Propongo, entonces, que nos acerquemos al padre Abraham para que nos responda algunas preguntas que se nos amontonaron en el camino. Porque así como, cuando él salió, todos nosotros partimos con él, muchas de sus opciones se volvieron nuestras, y con ellas también llegó a ser nuestro el peso de llevarlas mientras andamos.

Al momento de nuestro reportaje encontramos a Abraham cerca de Hebrón. Se ve viejo pero no acabado. No hace mucho sepultó a su esposa Sara en una cueva que se halla en esta finca arbolada frente al bosque de Mambré, donde habitó luego de volver de Egipto. Estamos frente a un hombre mayor que todavía vive en carpas y sigue tomando decisiones, y, pese a su pena, se muestra dispuesto al diálogo.

JL: Abraham, a usted todo el mundo lo conoce; algunos lo reconocen y otros no. Sin demasiada presentación, propongo ir directo al grano con algunas preguntas que se nos agolpan en el pecho. ¿Por qué salimos de Ur de los caldeos? ¿Cuál fue el factor determinante que provocó este cambio tan drástico que aun incluyó un modo nuevo de vida, la pérdida de alguna posición social, algunos negocios y mucha incertidumbre? Visto desde acá, ¿fue realmente buena la decisión de salir de allá?, ¿era para tanto?

A: Mira, querido, eran épocas peligrosas, y entendimos que había llegado el fin de una etapa. No podíamos más. Tenés razón cuando decís que era una opción dificilísima que ponía todo en riesgo. Pero... ¿vos te pensás que quedarse significaba un riesgo menor? Babel y todas sus hermanas, que habían sido fundadas en esa zona por el poderoso Nimrod, se erguían amenazantes, con una maldad sin límites, y el llamado de Dios para nosotros fue claro: nos era necesario salir.

JL: Pero… ¿no resulta peligroso huir de esa manera? Me refiero a los peligros que trae la soledad, como la pérdida de personas que pueden ayudarnos a pensar y a guardar el equilibrio.

A: Cuando salimos, no éramos nadie, y casi no podíamos hablar sobre el propósito de nuestro viaje. Despertábamos lástima cuando contábamos que no sabíamos hacia dónde nos dirigíamos. Nos escuchaban como si estuviésemos borrachos, perdidos. Les parecía que carecía de seriedad nuestra hazaña.

Y, contestando tu pregunta, ¡claro que es peligroso! Lo único que te puede salvar es que continúes siendo Abraham y no Nimrod, ni Faraón, ni ningún otro. Resulta peligroso porque te ves tentado a empezar tu ciudad, tu propia Babel, y… ahí, no te salva nadie. De tu Babel se torna mucho más difícil la huida.

JL: Pero… ¿cualquiera puede construir una Babel? No me parece tan sencillo.

A: Claro que no. Los peligros de permanecer en soledad y de la locura consecuente saltan al paso de aquellos que pueden levantar una. Algunos sencillamente carecen de la fuerza, del empuje y de la inteligencia necesarios. Estos, a veces sin saberlo, construyen babeles por orden y cuenta de otros, que no los perdonarán ni a ellos ni a sus hijos. Pero la tentación ataca a los que son capaces y saben cómo fundarla. A mí me tocó, de parte de Dios, una tarea muy diferente: generar una gran nación, imposible de contar, pero sin construir ciudades.

JL: ¿Cómo aprendieron los que saben cómo construirla?

A: Te cité a Nimrod. Él era un cazador muy hábil. Coincidió un sobresaliente hecho histórico con su época, el descubrimiento de la técnica del ladrillo cocido en el fuego. Bueno, me dirás, los cazadores cazan y los constructores usan ladrillos. Sí, tienes razón. Pero cuando un cazador se vuelve constructor, construye trampas para cazar, murallas para defender, torres para vigilar y puertas para controlar. El descubrimiento del ladrillo cocido resultó en el apoyo que hacía falta para la concentración de recursos. Ya no era necesario ir a las canteras a recoger piedras, ni cortarlas trabajosamente para que encajaran unas con otras. ¡Teníamos ladrillos! (teatraliza irónicamente) y eso nos ofreció posibilidades antes jamás pensadas. Por ejemplo, con ellos se podía construir una torre que llegara hasta el cielo. Con ella se obtendría la fama y nadie lograría dispersarnos.

JL: Díganos, por favor, ¿usted odia la ciudad y está a favor de la vida rural?

A: No, querido, no. ¿Nunca te enteraste cómo estuve orando por Sodoma y Gomorra? Uno no sabe cuánta gente buena puede residir en una ciudad mala, y vaya uno a saber si no se trata de los propios queridos por uno, ¿no?

JL: Sí, claro, pero dan ganas a veces de pedir la intervención del cielo y que se termine todo.

A: Ah, sí, pero yo soy pastor, no juez. En lugar de destruirla, yo me voy. A mí no me agarran. Son de temer. Sean las ciudades de Egipto, Babilonia o Sodoma y Gomorra, son todas iguales, insaciables devoradoras de gente. Los domina una fuerza de pudrición de la humanidad.

Te confieso que no existe modo de construirla sin maldad, mucha maldad. Sólo Dios, verdadero arquitecto y constructor, puede edificar una ciudad para el bien, que obre el bien. Por eso no acepto ninguna, ni quiero construírmela a mi medida.

JL: No estoy seguro de compartir su punto de vista. Yo he visto muchas ciudades, grandes y chicas, y me parece que muestran lo mejor de la humanidad: la ciencia, las artes, el trabajo, las diversiones...

A: Muestran lo mejor y lo peor. Son un gran mercado y, justamente, concentran los poderes del bien y del mal para sí mismas, y nunca sabrás cuándo usarán el uno u el otro. La fuerza de Babel, aunque está escondida, está bien presente en cada construcción. Descubrimos una oportunidad, nos aliamos a otros con la misma meta, nos trazamos planes, y... allí está ella. Siempre quiere más y más. Busca concentrar más gente, crecer más hacia arriba, conseguir más fama para su nombre, ejercer su poder con severidad, y evitar perder población. No, dispersar la gente y distribuir los recursos, brindar la oportunidad de emigrar, son pensamientos ajenos a Babel. Sólo le suenan bien los términos comerciales, que hablen de productividad y rentabilidad, pues eso la eleva, la convierte en grande, fuerte e insensible. Eso sí, cierto día va a caerse porque ya no encontrará palabras para darse a entender. Llega un momento en que la codicia y la fama se vuelven imposibles de compartir.

JL: Cuéntenos de su experiencia personal… dos momentos. Digamos el mejor y el peor.

A: Te voy a contar dos muy importantes y me voy a reservar otros que, hoy, no me siento en condiciones de comentar. El primero fue cuando, por el hambre, nos vimos obligados a viajar a Egipto. Ah… ¡qué locura! Solo pensar en Egipto nos generaba sensaciones extrañas, mucho miedo. La pobre Sara y yo elegimos ir de todos modos, porque la necesidad nos apremiaba. Pero no éramos nosotros mismos.

JL: ¿Perdón?...

A: Quiero decir que nos fuimos desfigurando. Inventábamos tretas que no tenían nada que ver con nuestra manera de ser. ¡Bah! Resultó un desastre. Nos echaron violentamente; para mí fue una vergüenza enorme. Yo, que iba a ser una bendición para todos los pueblos de la tierra, terminé de esta manera. El pobre Faraón...

JL: ¿Pobre Faraón?

A: Sí, todavía resuenan sus palabras en mis oídos: «¿Qué te hice yo para que me engañes así? ¿Por qué no me dijiste que era tu mujer?» Decidimos impulsados por el miedo. Nosotros no éramos así, pero dentro de esas sociedades nos volvíamos irreconocibles y decidíamos esas locuras. Otra vez, también, con Abimelec, rey de Gerar provocamos otro desastre. Yo me había vuelto sordo a la voz de Dios. Es más, Dios les hablaba a ellos y no a nosotros. De esa manera andábamos, desfigurados, irreconocibles.

JL: Ahora, la buena. Cuéntenos una experiencia de lo mejor.

A: Bueno, para equilibrar un poco el carácter de las anécdotas te cuento el final del rescate de Lot. Seguramente conocés algo de esa historia. Eran cinco reyes contra cuatro. Yo de rey no tenía nada, pero estaba metido en el asunto por la vida de mi sobrino. Cuando terminó aquel enfrentamiento, llegó el rey de Sodoma para repartir el botín, es decir, los despojos de los perdedores, pero entonces sí vi con claridad. ¡Ah, sí!, yo no podía recibirle ni una correa de calzado, ni un hilo, nada. No, querido, existe gente a la que no podés recibirle nada, con la que no te podés asociar en nada. Son peligrosos tanto en sus obras como en sus palabras, y esa vez salí librado y bien plantado de esa situación. Retornaba feliz con mi gente, traía a mi sobrino y eso me bastaba. No, vaya uno a saber qué mentiras hubiera afirmado por ahí «que yo enriquecí a Abraham, que gracias a mí es lo que es y posee lo que posee». No, nada de eso. Ellos son los reyes de sus ciudades; yo… directo a mi carpa.

JL: ¿En esa misma ocasión se encontró con Melquisedec?

A: Sí, sí, una experiencia hermosa. Pero esa es otra historia. ¿Vamos a encontrarnos alguna otra vez no es cierto? Bueno, entonces la seguimos. ¿Comemos algo juntos?

JL: Uy, bueno. Muchas gracias... A propósito, ¿conoce algo de las viñas de En Gadi?

Meditaciones sobre el tema de edificar

La metáfora de la edificación del templo que se usa en el Nuevo Testamento puede jugarnos una mala pasada cuando, sin querer, perdemos la metáfora. Lo que edifica (o lo edificante) se nos puede perder entre las oportunidades y desafíos, y así quedarnos sólo con la construcción de templos, de colegios, de seminarios y otros edificios. Podemos llegar a pensar que levantando construcciones estamos edificando la Iglesia. En ese engaño se nos escapó la metáfora y nos quedamos con la semántica desnuda de edificación y construcción de ciudades.

La tradición urbana nos convierte en prisioneros y obliga a nuestro entendimiento a detectar sólo como histórico lo que queda del paso del tiempo en edificios, escritos, ruinas y ciudades. Murallas, estanques, acueductos, estadios, puertos y monumentos varios nos hablan de tradición, de historia.

El seguimiento de los nómades es mucho más difícil

El inicio del período de los patriarcas está marcado por la necesidad de salir de un ámbito hasta entonces conocido y de pertenencia, y el imperativo de la voz de Dios que empuja hacia lo desconocido y que todavía no pertenece.

Más allá de una torre

Casi todos los estudios del libro del Génesis marcan un salto entre los capítulos 11 y 12. El capítulo 11, que relata el inicio de la ciudad de Babel y su torre, se puede ver como la culminación de cualquier proceso de engrandecimiento sin medida.

La mayoría de nuestras versiones de la Biblia presentan este párrafo bajo el título «La torre de Babel». Por esto, nuestro recuerdo de Babel es «La Torre», aunque lo que se relata allí es la fundación de una ciudad con una torre. Se trata, en realidad, del establecimiento de los que andaban y se movían, cuando decidieron asentarse y se establecieron en un sólo sitio. La circunstancia se ve subrayada porque la construcción de la ciudad vendrá a partir de un importante salto tecnológico: El descubrimiento del ladrillo cocido. Es bien conocida la intervención divina y su resultado: La confusión final porque no consiguieron entenderse. La imposibilidad de comunicarse logró que el salto tecnológico no significara nada bueno.

El valor del movimiento

El capítulo 12 presenta el inicio de una etapa nueva que señala una dirección opuesta a la de Babel. Movimiento y dispersión, salida y camino. La orden divina impulsa a Abram a salir de la ciudad, a partir y seguir marchando hacia una tierra que todavía no sabe cuál es. De allí en adelante el programa divino será encarnado en familias de pastores que irán de tierra en tierra para ganar pastos para sus rebaños y deberán estar atentos contra los engaños de la ciudad. Será un mensaje que, en adelante, el pueblo de Dios deberá tomar en cuenta, tanto cuando se integre a los sistemas de la ciudad como cuando esta lo desfigure, lo devore y lo oprima.

Al menos así lo interpreta la iglesia del Nuevo Testamento cuando honra a Abraham, a Isaac y a Jacob porque siguieron viviendo en tiendas y no se afincaron ni construyeron ciudades. (Hebreos 11). Los autores neotestamentarios consideran en alta estima esas conductas que hasta subrayan que Dios se presenta como «el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob», y él no se avergüenza de llamarse «el Dios de ellos». El Señor no se presenta por sí mismo sino por aquellos que lo han seguido en sus caminos. Es el sello de su aprobación a los suyos, pues ellos son la presencia de Dios entre la gente.

«Vete»

Donde estés, en donde hayas llegado a quedarte, creyendo que ya has llegado, levántate de inmediato y vete. Que nada ni nadie te atrape. Que nada ni nadie se consolide en ti como roca que se te ata a los pies y para ser arrojado con ella al fondo del mar.

—Vete.

—¿A dónde?

—A la tierra que te mostraré.

Así es el mensaje de Dios, pura incertidumbre. Elección, sacrificio, ironía.

Sabes que te vas. Pero no sabes a dónde».

La tecnología: un arma de doble filo

Nuestras conductas y nuestras expectativas fueron severamente modificadas por los saltos tecnológicos. Algunos instantes en la historia nos marcaron porque nos proveyeron un poder que antes no poseíamos, y ese poder nos condujo a pensar de otra manera. Nuestra manera de mirar el mundo cambió desde entonces. Dado que han ocurrido muchos en la historia, casi podríamos leerla a partir de esos saltos tecnológicos, que llamamos así por la adquisición de nuevas tecnologías. Surgirían entonces preguntas como estas: ¿qué pasó cuando tuvimos herramientas nuevas? (la rueda, el telescopio, la brújula, la máquinas a vapor y de todo tipo). ¿Cómo procedimos cuando descubrimos que podíamos manejar materias primas desconocidas? (el bronce, el hierro, la pólvora, la porcelana, o ahora la genética). ¿Cómo decidimos utilizar las nuevas energías que íbamos descubriendo?… fuego, electricidad, energía nuclear). ¿Qué aplicaciones les dimos frente a los enormes logros súbitos de las disciplinas que ya conocíamos? (en la agricultura, en la medicina, en la navegación) o... ¿hacia dónde decidimos enfatizar el uso de las técnicas antes impensables, como las comunicaciones y los medios masivos?

Estos saltos nos cambiaron. Con la presencia de la televisión, la computadora y el celular ya no somos los mismos que antes de que recibiéramos sus servicios. Y, por supuesto, no nos sentimos tan seguros sabiendo que algunas potencias poseen armas de destrucción masiva, que pueden terminar con la vida en el planeta... y que son capaces de usarlas.

Las técnicas desarrolladas —y que funcionan— ejercen tal fascinación que nos resulta difícil, muy difícil, escapar de ellas. Justamente es el hecho de que ¡funcionan! lo que las convierte en herramientas casi inobjetables. Se requiere de una gran fuerza interior para lograr plantarse ante tantos saltos y cuestionar un sistema, una técnica que se haya demostrado funcionar.

Iglesia y mercadeo

La Iglesia ha vivido etapas, que bien podríamos llamar saltos tecnológicos, que nos han cambiado, llevando a la construcción de estructuras que pueden funcionar sin Dios.

Todos los estudios de las ciencias sociales al servicio de la técnica publicitaria dan como resultado la venta de tal o cual producto. Esto aun cuando el comprador nunca antes en la vida lo haya necesitado ni deseado. Se crea, entonces, la necesidad. Se estimula el nuevo deseo. Se ridiculiza a quienes no lo poseen. Se exalta al usuario y se le destaca sobre los demás. Se proclaman las bondades del precio, y se vende. Sociología, psicología, economía, artes visuales y musicales, belleza humana, odios y amores, instintos, historias y apelaciones de todo orden invaden la cabeza del público que debe comprar el producto. No importa si el producto es un chocolate, una tarjeta de crédito, un vehículo, o una bebida o cualquier electrodoméstico. Cada objeto aporta su técnica ¡y funciona! También sirve para candidatos políticos, equipos de fútbol o grupos religiosos.

La Iglesia ha sido proveedora, pero a la vez consumidora de modelos de gobierno y de expansión. Ha influenciado, pero también ha sufrido la influencia a través de muchos modelos filosóficos y administrativos que, en ocasiones, ha justificado dándoles un bautismo cristiano y adaptando el vocabulario. En otras, ni siquiera optaron por el disimulo. Así es como aparecen en la Iglesia los grados militares, los nombramientos de grado republicanos o monárquicos, los lenguajes productivos y comerciales.

El uso de esas técnicas nunca resulta gratuito. Se paga más barato o más caro, más temprano o más tarde en ineficacia o en falta de verdadera encarnación, en herejías, en testimonios horrendos y escandalosos, en soberbias hirientes de los privilegiados y las jerarquías.

Conclusión:

Babel representa mucho más que una torre: es una tentación. No resulta tan obvio el poder escapar de ella. Los pastores que ven que su congregación funciona, que crece el número de fieles, que aumentan las ofrendas, que su reputación se vuelve incuestionable, que los cultos son apreciados, se encontrarán ante la tentación de Babel: «poseemos la técnica; poseemos los elementos; no nos dejemos dispersar». Si persistimos en lo que estamos haciendo podemos llegar muy lejos, hasta el mismo cielo.

Jaime Barilko,Cabalá de la Luz, pg.259, Emecé Editores, 1996, Buenos Aires. Usado con permiso, DesarrolloCristiano.com, derechos reservados.

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