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La unción es una llama viva que nos envuelve. Compártela para poder recibir más de ella.
El descubrimiento del fuego marcó un adelanto en la evolución del hombre, aunque por mucho tiempo la única forma de obtenerlo era por la fricción de dos objetos duros, como las piedras. En la Palabra el Espíritu Santo está tipificado como fuego y quienes han recibido Su unción comprenden porqué. Nunca olvidaré una lección que me dieron cuando le entregué mi vida al Señor. Además de darme el HOLA (hablar, orar, leer y asistir) indispensable para la vida cristiana, me explicaron que la congregación era como una fogata con muchos leños ardientes y que yo era uno de ellos.
Si quieres permanecer en los caminos de Dios no debes apartarte de Su fogata porque lejos, tu llama se apagará. Por el contrario, si estás cerca, el fuego de otros ayudará a mantener vivo el tuyo. El peligro de alejarse es que te apagas lentamente, casi sin darte cuenta. Si sucediera en forma instantánea podrías reaccionar y volver a la fuente de calor de inmediato. Quienes hemos aceptado a Jesús como Señor y Salvador y hemos probado ese fuego en nuestro ser ya conocemos lo que significa estar en comunión con Él y nuestros hermanos. Esa llama debe mantenerse encendida, no solamente porque es una experiencia personal maravillosa sino porque tiene una función apostólica.
Fuego que hace fructificar
Cuando los racimos de uva crecen deben mantenerse adheridos a la mata que les da vida. Lo mismo sucede con los cristianos, conforme maduran en la Palabra comienzan a dar frutos. Si estás cerca del Señor empiezas a fructificar, te cambia el carácter, ya no dices tantas malas palabras y te conviertes en una persona nueva. Para que esa transformación positiva continúe debes estar cerca del fuego de Dios de donde brota la vida.
Esta llama que abraza está disponible pero debes utilizarla, de lo contrario es como un encendedor que tenemos al alcance pero que no usamos. Unos cerillos por sí solos no producen fuego, tú debes hacer que funcionen. Muchas veces cargamos la Biblia bajo el brazo como si eso fuera suficiente para ser un buen cristiano. Asistir a la iglesia y leer las Escrituras no resuelve tus problemas. Encuentras soluciones y respuestas cuando pones en práctica las enseñanzas que recibes de tus líderes.
En Mateo 3:11 leemos: Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.
Yo nací en un hogar cristiano pero no tenía el fuego de Dios aunque estaba a mi alcance para encenderlo. Era salvo aunque no disfruté mi condición de hijo del Padre hasta que tuve la pasión por el Espíritu Santo. Luego de obtenerlo, fue necesario que aprendiera a cuidarlo. Cuando haces una parrillada debes soplar y alimentar el fuego con más carbón o leña, además hay que mover las brazas y atizarlas para desprender la ceniza. Lo mismo debemos hacer con el fuego de Dios, no puedes dejar que se extinga, atízalo para que la llama alcance a otros. Utiliza el fuego que tienes y mantén la hoguera de Dios encendida en tu corazón.
Fuego que protege
Mateo 10:28 advierte: Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.
El fuego de Dios evita que nos destruya aquel que busca nuestra muerte espiritual. Es como el guardián de la santidad.
La Biblia cuenta cómo Elías retó a los sacerdotes de la tribu de los baales, que adoraban a otros dioses, a que lograran que descendiera fuego del cielo para que consumiera la ofrenda. Por supuesto que no lo lograron. Así que Elías llenó el altar de agua y piedras, entonces el fuego del Señor consumió todo. De esta forma la gente creyó que Él era el único y verdadero Dios. De igual forma sucede ahora, cuando el Espíritu Santo entra en tu corazón y lo haces evidente con tus actos, ofreces un testimonio más convincente que cualquier discurso. La mejor prédica es tu propia vida y el cambio que puedan apreciar las personas que te rodean. Tus familiares no cristianos deben ver el fuego de Dios en ti para ser atraídos al Reino. Todos deberíamos anhelar ese fuego.
Unción para compartir
Levítico 9: 23-24 cuenta: Y entraron Moisés y Aarón en el tabernáculo de reunión, y salieron y bendijeron al pueblo; y la gloria de Jehová se apareció a todo el pueblo. Y salió fuego de delante de Jehová, y consumió el holocausto con las grosuras sobre el altar; y viéndolo todo el pueblo, alabaron, y se postraron sobre sus rostros.
Una vez más Moisés y Aarón presentaron la ofrenda y Dios la tomó porque ellos querían bendecir al pueblo. Por sus intenciones hacia los demás también recibieron honra ya que todos confirmaron que efectivamente eran los líderes elegidos. Recibimos bendición cuando el fuego de Dios obra en otros a través nuestro. Recuerda que para recibir primero debes dar.
Levítico 10: 1-2 relata: Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová.
Por el contrario, quien actúa en forma egoísta no es avalado por el Señor. Hay dos tipos de fuego, el de Jehová y el extraño. La visitación del Espíritu Santo no debe convertirse en un fuego extraño para tu propio beneficio. Debes evangelizar y compartir la Palabra. Pedir del fuego de Dios es comprometerse a llevarlo a más personas. Cuando tienes la unción, el Evangelio ya no es religión sino pasión.
Encuentra el toque del Espíritu de Dios para bendecir a otros. Si tienes un encendedor en la mano y ves que otros mueren de frío tu responsabilidad es compartir el recurso que posees y aliviar a quienes lo necesiten. Si quieres ser un verdadero cristiano que se levante a otro nivel, comparte el fuego de Dios y procura que todos lo aprovechen. No hagas un holocausto con fuego extraño solo para ti, lo que compartes debe ser esa llama divina que ofrece luz y calor.
Tener ese avivamiento es una hermosa responsabilidad. Dios nos dice: mi presencia siempre irá contigo. Si conoces y disfrutas del fuego de Dios ahora compártelo y llévalo a las naciones porque nuestro Señor Jesucristo ya pagó el precio. Tiene un gran valor y es para todos. Para poder saciar tu sed de más unción primero debes ofrecer la que tienes. Utilízala como es debido, sana a los enfermos, liberta a los cautivos y predica las buenas nuevas.
En el día de Pentecostés los discípulos estaban juntos y el Espíritu Santo descendió como lenguas de fuego que los cubrieron. Muchos quedaron sorprendidos, otros los criticaron pero sólo Pedro lo compartió y más de cinco mil personas se convirtieron. Ese fuego es el mismo de hace dos mil años, cuando lo recibes puedes asumir muchas actitudes, simplemente verlo llegar, sorprenderte o dejar que realmente te bautice.
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